WTE Araucanía y el desafío del manejo moderno de residuos: una oportunidad desperdiciada
- Alejandro Contin Gonzalez

- 14 abr
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En la tarde del 17 de marzo recién pasado, autoridades regionales y comunales de la Región de La Araucanía rechazaron finalmente el proyecto WTE (Waste to Energy), luego de más de seis años desde su presentación inicial. Esta decisión, influenciada en parte por el lobby de organizaciones medioambientales —que presumiblemente también influyeron en comunidades indígenas y segmentos de la sociedad civil— marca un hito muy negativo para el desarrollo de soluciones modernas en gestión de residuos.
El proyecto original fue presentado de manera poco eficiente, careciendo de la claridad y transparencia necesarias para generar confianza pública. Posteriormente, se intentó corregir "en el camino", siguiendo una lógica improvisada que en otros tiempos pudo haber dado resultado. Pero hoy, con el medioambiente ocupando un lugar central en la agenda pública y ante organizaciones con posturas firmes y capacidad de presión significativa, es casi imposible sacar adelante iniciativas de este tipo si no han sido preparadas con rigurosidad técnica y comunicacional desde todos los ángulos. Casos emblemáticos como Dominga, WTE Araucanía y Mina Invierno son claros ejemplos de este fenómeno. Aquí, sin embargo, nos concentraremos en Lautaro, Araucanía.
Lo que resulta más preocupante del rechazo al proyecto no es únicamente la forma en que fue presentado, sino el hecho de que no resuelve de manera moderna el problema de fondo: la gestión de los Residuos Sólidos Domiciliarios (RSD). Se perpetúa así el uso de rellenos sanitarios, ampliamente reconocidos por la literatura científica como la peor alternativa disponible para las comunidades. Los rellenos sanitarios están obsoletos: no ofrecen beneficios sustantivos y generan impactos ambientales y sociales de gran magnitud, son soluciones del siglo 19 y 20.
Llama tristemente la atención que las autoridades de Lautaro —y posiblemente de toda la región— estén considerando como alternativa la separación en origen de los residuos para compostaje y reciclaje. Si bien estas prácticas son valiosas y necesarias, por sí solas no son suficientes para abordar el problema estructural. Este enfoque da a entender que para los residuos no compostables ni reciclables, la única solución viable es volver a los rellenos sanitarios. ¿Estamos pensando en reabrir Boyeco, que ya opera como una suerte de Frankenstein ambiental sin supervisión? Este sitio, cerrado por saturación, sigue emitiendo metano sin control y ha contaminado miles de hectáreas de napas subterráneas. ¿O se pretende construir nuevos rellenos? ¿Quién aceptaría tener uno cerca de su casa, con los problemas de olores, vectores, ruido y contaminación que conllevan?
Pero lo más grave de un relleno sanitario no es lo visible: lo peor son sus emisiones.
Creo firmemente en la economía circular y en la meta de cero residuos. Sin embargo, una cosa es desearlo y otra muy distinta es implementarlo con las tecnologías actuales. Mientras tanto, es indispensable contar con sistemas innovadores que gestionen adecuadamente las fracciones no reciclables ni compostables. De lo contrario, seguiremos utilizando soluciones obsoletas y altamente contaminantes como los rellenos sanitarios. Comparativamente, incluso la incineración representa una alternativa más limpia: según estudios, los rellenos pueden generar hasta 30% más emisiones de metano que la incineración. Y aunque el metano tiene una vida más corta en la atmósfera que el CO₂, el metano atrapa más calor por molécula, haciéndolo 80 veces más dañino que el CO2 durante los primeros 20 años después de su emisión. (Eduljee 1995)
Enviar una tonelada de RSD a un relleno sanitario sin captura de gas equivale a 4.8 toneladas de CO₂, en contraste con las 0.8 toneladas que se generan mediante incineración. Esto implica una diferencia de hasta seis veces en términos de impacto ambiental (Hester & Harrison, 1995).
Actualmente existen tecnologías capaces de destruir prácticamente cualquier residuo —con excepción de materiales inertes como metales, vidrio o concreto— con emisiones casi nulas. Plantas como Marchwood Energy Facility (Southampton, Reino Unido), Copenhill (Copenhague, Dinamarca) y, en general, la estrategia nacional de incineración y manejo de RSD de Suecia, demuestran que es posible combinar eficiencia energética con sostenibilidad ambiental.
Aún más, ya están disponibles sistemas más avanzados que la incineración tradicional, como la Termólisis Flash: una tecnología con emisiones prácticamente cero, extremadamente eficiente, que además permite la recuperación de aguas grises y el uso inteligente del espacio (una planta de apenas 800 m² puede procesar hasta 100 toneladas diarias de residuos), con mediciones de emisiones pre lavado de tetracloruro, dibenzo-p-dioxinas y furanos de alrededor de 0,000026 ng/Nm3 y si fuese poco con cero acumulación de residuos, cero olores y sin ruidos molestos.
La visión actual del manejo de residuos en Lautaro es, lamentablemente, poco realista, ingenua y potencialmente dañina para el medio ambiente. Parte del error radica en asumir que todo es reciclable o compostable. Según datos de 2017, Lautaro genera cerca de 22 toneladas diarias de residuos, de las cuales aproximadamente un 70% son orgánicos y el resto corresponde a plásticos, papeles, metales, vidrio y otros materiales.
Hay dos certezas en el mundo de los residuos:
No todo es reciclable.
Existen solo cuatro formas reales de gestionar los residuos.
El reciclaje tiene limitaciones evidentes. Un ejemplo es el PET1, plástico altamente promocionado como reciclable. Aunque se puede reciclar, no es posible hacerlo infinitamente ni para los mismos usos para el cual fue fabricado originalmente: luego de algunas “vueltas” o procesos de reciclaje, ya no sirve para contacto alimentario (después de la primera vuelta) e y acaba siendo transformado en objetos de baja exigencia como muebles plásticos o tapones de inodoro. Sigamos con la botella de agua PET1 – según los embotelladores – el número de vueltas es entre 6 y 10 veces, después de la décima vez, la pregunta obvia es: ¿Y qué ocurre en la “vuelta 11”? ¿Dónde va a parar ese material?, a nuestro bravo Océano Pacífico?
A esto se suma el problema del contenido previo del envase: no es lo mismo reciclar una botella de agua que una que contuvo pesticidas, aceite, o residuos médicos. Desde la inspección manual hasta los procesos automatizados, la contaminación del material afecta drásticamente su reciclabilidad.
Las cuatro formas de deshacerse de la basura (aunque en rigor son tres, y una no debería contarse) son:
Ilegal: Arrojar residuos al mar o vertederos clandestinos.
Relleno sanitario: La peor alternativa por lejos.
Incineración: Eficiente, limpia, genera energía y reduce volumen.
Termólisis Flash: Casi sin emisiones, alto rendimiento energético, mínimo impacto.
Aún estamos lejos de alcanzar una economía completamente circular y libre de residuos. Esto tomará décadas o siglos y requerirá nuevos materiales, políticas robustas y tecnologías aún no disponibles. Mientras tanto, seguimos acumulando residuos no tratables en rellenos sanitarios, perpetuando lo que se ha denominado “zonas de sacrificio”. Es alarmante pensar que algunos municipios, regiones y grupos ambientalistas estén dispuestos no solo a mantener estas zonas, sino incluso a expandirlas por la falta de alternativas realistas.
La industria del reciclaje, hoy por hoy, no da abasto. Muchos residuos reciclables terminan en rellenos por falta de infraestructura, capacidad o mercados. Lo mismo ocurre con el compostaje: si los residuos orgánicos llegan contaminados con antibióticos, por ejemplo, destruyen la flora bacteriana del compost. Además, la cantidad de compost generado muchas veces excede la demanda local, generando nuevos problemas logísticos.
Ni la incineración ni la Termólisis Flash compiten con el reciclaje o el compostaje: se complementan. Especialmente la Termólisis, que puede encargarse de los residuos no reciclables ni compostables y, además, suministrar energía a las plantas de reciclaje y compostaje.
Referencias:
Crowley et al. (2003). Health and Environmental Effects of Landfilling and Incineration of Waste - A Literature Review.
Denison, R. (2002). Environmental life-cycle comparisons of recycling, landfilling, and incineration.
Olofsson, M., Sundberg, J. & Sahlin, J. (2005). Evaluating waste incineration as treatment and energy recovery method from an environmental point of view.
Eduljee, G. (1995). Incineration and landfill: a comparison of emissions.
Hester & Harrison (1995). Environmental and Health Impact of Solid Waste Disposal.




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